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Fases del shock cultural
Antes de empezar este artículo conviene hacer ciertas aclaraciones: quienes nos abocamos al tema de migraciones estamos bastante familiarizados con los cuadros que muestran las curvas, los “sube y baja” emocionales esperables en el shock cultural y sus cuatro fases. Y, si bien se presenta de esta manera en la mayoría de los casos, también es importante aclarar que no a todos les suceden las cosas de la misma manera. A partir de mi experiencia como psicóloga clínica de expatriados puedo decir que es fundamental la opinión que quién migra tiene de la cultura que lo está recibiendo. Cuando alguien considera su nueva cultura, en algunos aspectos –ya sea como más “civilizada”, más afectuosa, más pintoresca, no importa tanto el adjetivo particular- en estos casos se da un primer momento más positivo. Sin embargo, existen muchos casos donde se migra a un lugar únicamente por las posibilidades laborales o se es “llevado” y es entonces cuando se pasaría directamente a la fase dos, por decirle de algún modo.
Entonces, en la mayoría de los casos se presenta un primer momento que se suele llamar “luna de miel” donde todo lo distinto se percibe como encantador, fascinante. Pero claro, no es lo mismo experimentarlo por un tiempo que tener que vivirlo como cotidianeidad. Como decíamos, esto podría no ocurrir: dependerá de la simpatía que genere en quién migra la cultura receptora y también del grado de adhesión al proyecto. Esto último en el caso de las familias, donde puede ser que algunos miembros vayan directo a la fase dos, en el que las cosas que no “son como estoy acostumbrado a que sean” y donde se produce un alto grado de fastidio y hostilidad. Sucede que damos por sentadas (o damos por ciertas, mejor dicho) nuestras cuestiones culturales y comparamos y juzgamos desde nuestra, digamos, verdad objetiva a la cultura que nos está recibiendo. Es por esto que ante las diferencias asumimos que algo anda mal con ellos, jamás con nosotros.
En la medida en que la persona empieza a concientizar –percibir- aquello que le está sucediendo es que puede entrar en la tercer fase o fase de ajuste. Ahora podrá empezar a tener cierta empatía con los locales, empezar a intentar ajustarse, es decir, a aprender las pautas y modos del lugar en el que está viviendo. Es en esta fase cuando la gente se concentra en adquirir cierto manejo del idioma local y en entender mejor las costumbres y los modos. En la actualidad tenemos la suerte de contar tanto con guías escritas como con centros específicos que tienen en común el interés por la trasmisión de conocimiento. Es importante tomar esta ayuda ya que da la posibilidad de acceder sea por medio de la escritura o de la conversación al conocimiento generado por otros. También existen actividades específicas para ayudarnos en esta adaptación. Es crucial recordar que no hay ninguna necesidad de reinventar la rueda.
Finalmente llega el momento en que la persona se siente cómoda y a gusto en la cultura anfitriona, podemos decir que se ha adaptado. Una persona intercultural puede tener un pie en cada una de las dos culturas (la que trae y en la que está viviendo), es decir que puede reconocer y disfrutar la diferencia. Es importante no confundir esto con quien se mimetiza con la nueva cultura e intenta hacer desaparecer su bagaje anterior. Este tipo de actitudes generalmente tienen un efecto boomerang. Asimismo, una vez “acomodados” en la nueva cultura los altos y bajos son normales y esperables si bien es su intensidad y frecuencia es lo que irá aminorando.
Lic. Paula Vexlir
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