Laura y Joaquín son padres de Julieta. Si bien ella había nacido en Argentina la pareja decidió mudarse cuando apenas tenía unos seis meses. Imaginate lo complicado de llegar a un país nuevo con un bebé de tan corta edad (más allá de lo complicado que ya es tener un bebé de seis meses en cualquier lugar del mundo!).
Durante los siguientes años Laura y Joaquín acompañaron a Julieta en sus aventuras mientras crecía y aprendía tanto la lengua de sus padres como la del país donde vivía. Empezó a ir al jardín, visitaba cada año a sus tíos y abuelos y crecía como una niña feliz.
Todo iba bastante bien hasta que un día Julieta dijo que no le gustaba el dulce de leche. Si conocés algún argentino sabrás que el dulce de leche no es un detalle menor. Es un motivo de orgullo nacional, casi casi como un emblema junto con el mate. Por supuesto, esto no quiere decir que en Argentina al 100% de la población le guste el dulce de leche. Ni el mate. Y seguramente si Julieta viviese en Argentina su declaración sólo hubiera sido una anécdota del estilo: “¿sabés que no le gusta el dulce de leche?”. Pero claro, viviendo expatriados las cosas no son iguales. Y entonces este rechazo produjo en Laura una angustia tremenda.
El ejemplo es intencional. Hay chicos que se rehusan a hablar la lengua materna (o la de uno de sus padres). Hay chicos que no quieren aprender la lengua local. Algunos rechazan la comida típica de su país de orígen y optan por los sabores del país en el que están viviendo. Cada uno toma su posición singular.
Pero hay símbolos que pertenecen a cada “identidad cultural” que son importantes, mejor dicho, que suelen volverse más importantes una vez que salimos de nuestra cultura. Esto no quiere decir que todos los padres se angustien si sus hijos no adoptan esos símbolos. Ni que sea un problema grande que no lo hagan.
Lo que sí importa es saber es que la identidad no es ajena al medio en que uno crece. Esto quiere decir que si tu hijo está creciendo en un país diferente al que creciste vos inevitablemente va a recibir una influencia diferente en su identidad y, la de él, ya no será la misma que la tuya. Tendrá, eso sí, elementos de la tuya pero también tendrá elementos propios del país en el que está viviendo.
Esto no necesariamente son malas noticias. Pero lo que sí es fundamental es que no combatas esos “elementos extraños”. Claro que dentro del sentido común. Si estás en un país donde la mujer es considerada inferior o un objeto por supuesto que no es necesario que permitas que esto forme parte de su identidad. Pero si empezás a notarle una forma de pensar o responder más parecida a la del entorno que a la de tu casa… a respirar hondo porque eso es ineludible al criar hijos expatriados!!!
La identidad es algo que se construye y al vivir expatriados se “arma” diferente. Tu hijo necesita tu ayuda para desarrollar una identidad saludable. Por eso, preparé esta charla online para vos. No te lo pierdas, anotate acá
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