Otra vez insisto con esto de los mitos de la vida expat. Insisto porque me parece importante hablar de eso que damos por sentado y, principalmente, porque nuestras ideas sobre las cosas configuran el campo de lo que consideramos posible. Eso quizás sonó raro pero acá va en criollo: si pienso que volar es imposible, que jamás podría lograrlo y que estoy condenado a trasladarme por siempre de modo terrestre nunca podría estar cerca de inventar un avión, un helicóptero o cualquier artefacto que me permita volar. Porque no lo intentaría siquiera. Entonces lo que pensamos acerca de las cosas, acerca de qué podría ser viable y qué no, va a condicionar -mucho más de lo que creemos- no sólo las opciones que podamos concebir sino también, en consecuencia, nuestro accionar.
Si llego a un país nuevo y digo “acá no voy a poder trabajar”, listo, ya está, difícilmente pueda conseguir trabajo. Y si bien es cierto que no siempre un acompañante (quién viaja siguiendo al expatriado “oficial”, digamos) tiene permiso de trabajo también es cierto que hay muchísimas opciones. Ok, puede ser que según el destino no sean tantas pero opciones hay. Incluso existe, hoy por hoy, la opción de trabajar en carreras portables, de poder trabajar de manera remota (y de eso podría hablar horas y horas pero no es el tema de este post) y como esa modalidad aun no está regulada no habría ninguna infracción. También se pueden optar por voluntariados, por retomar estudios, etc. Pero si yo llego con la idea de que no voy a poder, está garantizado: no voy a poder. (A veces creo que voy a poder pero el “no se puede” lo tengo más en un plano inconsciente y eso ya es harina de otro costal.)
Volvamos al título del post de hoy. A esta idea de que nada es para siempre. Que, al igual que el tiempo todo lo cura son mitos muy presentes en la vida como expatriados. Se lo podemos escuchar decir a las madres a sus hijos ante las primeras dificultades en una escuela nueva, por ejemplo. Y sí, es indiscutible, nada es para siempre. Es una gran verdad.
Lo que me parece que dejamos de lado al utilizarlas es que si bien nada es para siempre y no hay mal que dure cien años es que las marcas y las cicatrices que se producen en la vida expat con ciertas cuestiones tienen una duración que, si bien no es infinita al menos son por un tiempo muy largo. Incluso mucho más del necesario.
Porque el tema es así: cuando no le damos espacio al duelo, al dolor, al procesar las pérdidas, dejamos todo ese dolor acumularse dentro nuestro. Al acumularse no es que se vaya; incluso diría que se hace más fuerte en las sombras. Crece casi como el “lado oscuro” y entonces después tenemos reacciones desproporcionadas en enojos y dolores o emociones o sino los famosos episodios de exceso de angustias y/o ansiedades, todos ellos dando su testimonio de aquello que no hemos procesado en su momento.
Entonces sí, por supuesto, nada es para siempre PERO eso no nos exonera de la necesidad de procesar lo vivido. De nombrar nuestras pérdidas, de cerrar los procesos, de despedirnos de esas partes de nosotros que ya no son o ya no están. La vida como expatriado tiene muchísimos aspectos positivos pero también esta vida internacional conlleva muchas pérdidas y que no sean para siempre no evita que tengamos que procesarlas.
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