En estos días perdí un ser querido. No suelo hablar de mi vida personal, lo sabés, pero hago excepciones cuando creo que puede ayudarte en la tuya así es que aquí va.
Nunca es fácil despedir a un ser querido, sobre todo cuando uno sabe que es para siempre. Nunca es fácil saber qué decir a quiénes van a tener una cotidianeidad totalmente cambiada. A quiénes lo van a extrañar en cada instante. A quiénes tendrán que aprender a vivir sin su presencia. Seguramente esto ya lo sepas, es probable que ya hayas tenido en tu experiencia personal o en la de gente cercana pérdidas de este tipo. Lo que quizás no sea tan evidente es cómo en la vida como expatriado las costumbre sociales no te ayudan del todo a procesar las pérdidas.
Ya sea que hayas llegado a la expatriación por motivos propios o acompañando proyectos ajenos habrás pasado por más de una despedida. Son despedidas diferentes, tienen esa mezcla de emociones y sobre todo dos cuestiones que las diferencian.
Por un lado tienden a ser más un “hasta luego” que un “adiós”. Y sí, por supuesto, generalmente la idea es poder volver a verse, y hoy por hoy hay muchísimas vías de contacto con lo cual no es que se va a cortar el vínculo pero lo cierto es que esa relación, ese vínculo tal y como era no va a estar más. Lamento muchísimo decirlo, realmente no es que me guste ser la mala de la película. Mientras todos te dicen “vamos a seguir en contacto”, “no lo vas a sentir”, etc., etc., etc., yo te vengo con esto. Sé que duele más dicho así pero creo que ayuda a procesar lo perdido más rápidamente y también a recuperar y disfrutar lo que queda. Poder hacernos a la idea de que esos vínculos no van a seguir igual es lo que nos va ayudar a, por un lado, generar nuevas amistades en el nuevo lugar y, por otro, no darnos tan fuerte en la cabeza cuando volvemos de visita.
Cuando se estudia a nuestros antepasados una cuestión importantísima para los antropólogos son los ritos de defunción. Es más, son uno de los indicadores de producción de cultura. Tomándolo para nuestro tema podríamos decir que lo que una sociedad arma para ayudarnos a procesar los duelos es parte de la producción de cultura. El lío con la vida expat es que tratamos, con la sociedad en su conjunto, de ver más lo positivo, de no centrarnos en lo que dejamos o, como decía más arriba, de convencernos que no se está perdiendo casi nada. Y claro, no tenemos velatorios, no tenemos entierros, no tenemos ritos que nos permitan procesar el dolor. Que nos ayuden con los pasos que todo duelo necesita. Los rituales propios de cada creencia religiosa tienen en sí un valor altísimo porque nos permiten procesar el dolor. Nos pautan los ritmos y momentos y nos permiten sentirnos acompañados. En cada cultura se hacen de modo diferente pero en todas se realiza algún tipo de ritual que implica que los seres queridos acompañen a quienes han tenido semejante pérdida.
En la vida como expatriados no sólo no tenemos un rito a seguir, sino que además tenemos a todos diciéndonos que no importa y que vamos a estar mejor (ok, bueno, no siempre; a veces la familia se opone, pero eso no necesariamente favorece el proceso). Es más, a veces cuando alguien comparte su dolor se le cuestiona cómo puede sentirse así si económicamente está mucho mejor o si está viviendo su sueño. Por eso desde la sociedad no tenemos esa ayuda que por más extraño que suene es importantísima.
Y por eso no nos queda más opción que hacerlos nosotros mismos. Si aceptamos lo que estamos perdiendo vamos a poder hacer los rituales de duelo que necesitemos. Vamos a poder procesar ese dolor más rápidamente que si hacemos de cuenta que no pasa nada y se nos viene todo junto seis meses ( o dos años) después. Creéme, sé que duele más así pero es como sacarse una curita: mejor hacerlo de una vez y no que sea una lenta agonía, no? Sabiendo además que los vínculos, en sus nuevas versiones, van a seguir estando y que podrás mantener el contacto y verte nuevamente incluso casi casi sin grandes decepciones.
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