El dolor, esa emoción no deseada

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La versión original de este artículo la escribí primero en inglés, para Expatriates Magazine y se llamaba Grief, the uninvited emotion (que sería algo así como “el duelo, la emoción que no invitamos”, bueno es una traducción así nomás).

Sigo pensando en la vigencia de lo escrito. Me sigo encontrando con este tema en mi práctica cotidiana una y otra vez y por eso me pareció útil compartirla hoy con la esperanza de que podamos prevenir duelos congelados, quizás tuyos, quizás de tus seres queridos, familares, amigos. Cuanto mejor procesemos las pérdidas, menos dolor tendremos en general.

Como expatriados y migrantes tenemos una tendencia a subestimar el duelo. Quizás se deba a que hay tanto por hacer que uno siente que no hay tiempo para la tristeza. Quizá sea porque uno necesita mostrarse fuerte ante los hijos o la pareja, o quizás porque estamos teniendo una oportunidad tan buena (o teniendo tan buen estilo de vida) que, ¡cómo podríamos quejarnos!, ¿no? Pero el dolor no se va por falta de reconocimiento, más bien se nos mete más adentro, bajo nuestra piel.

Entonces empecemos por el principio: ante cada pérdida la reacción “normal” es el proceso de duelo. (Nunca me gustó mucho “normal”; mejor digamos “esperable“).

Y si pensamos en la vida “expat” encontramos infinidad de pérdidas: puede ser un lugar específico que te gustaba, –ese cafecito especial, esa esquina– quizás un trabajo, o una amistad cercana –esa que te entendía perfectamente, que sabía todos tus secretos y te conocía a la perfección–. Las relaciones personales o laborales, las comidas, la facilidad de entender y hablar el idioma, incluso los olores pueden ser sentidos como pérdidas.

Es bien raro lo que suele pasar con el duelo. Cuando uno se lastima el cuerpo… bueno, a nadie se le ocurriría taparse la herida y hacer como si no hubiera pasado nada, ¿no? Todos sabemos perfectamente que si dejamos esa herida desatendida podría infectarse y podría terminar siendo una experiencia mucho más complicada. Cuando hacemos de cuenta que está todo perfectamente bien y escondemos nuestro dolor estamos haciendo algo similar a dejar una herida sin curar, estamos sembrando el terreno para una infección.

Siempre me pregunto lo mismo: “¿Cómo puede ser que si sabemos que el duelo es la reacción emocional esperable ante las pérdidas y que la vida “expat” (y migrante) está llena de ellas, dentro de las “comunidades expat” casi no haya permiso para hablar de esto?”.

Es así que encontramos casi siempre una gran cantidad de duelos sin procesar, a veces por falta de reconocimiento, otras porque se trata de pérdidas que no son registradas, por falta de permiso para estar tristes, por falta de tiempo para procesarlas o  por cualquier otra cuestión personal. Lo que es evidente es que es crucial permitirse atravesar el proceso de duelo. Esto no quiere decir convertirse en una persona negativa (que tanta mala prensa tiene hoy en día) ni protestar por todo lo nuevo de esta nueva etapa sino de descubrir lo que uno siente acerca de las cosas que ha dejado atrás.

Reconocer lo que uno siente tiene un valor mucho más alto del que parece a simple vista. Buscar, descubrir, encontrar los propios sentimientos y validarlos, aceptarlos, hacerles lugar son cuestiones fundamentales cuando hablamos de resiliencia (definición en *). Ponerle palabra a nuestras emociones es muy importante para comenzar a cicatrizar las heridas. Permitirnos llorar nuestras pérdidas, aceptar la tristeza o lo que sea que estemos sintiendo: es muy importante habilitarse a sentir y aceptar lo que venga. Porque el proceso de duelo tiene algo muy particular: todos aquellos duelos que dejamos inconclusos vuelven a nosotros con cada nueva pérdida.

Y por eso los fines de año son un período complejo cuando de duelos se trata. Es el momento del año en que tendemos a mirar atrás, a analizar cómo nos fue en el año, nuestras victorias y nuestras derrotas y empezamos a planificar el año venidero. ¿Qué mejor que un buen comienzo? Un comienzo puro que no arrastre los lastres del pasado, ¿no? Pero para conseguirlo es mejor no poner las penas bajo la alfombra sino más bien cerrar las heridas, llorar nuestras pérdidas, procesarlas para poder ir dejándolas atrás.

Por supuesto, no saldremos de la experiencia indemnes, sin marcas. Si volvemos al ejemplo de la lastimadura –con el tratamiento adecuado– podemos prevenir una infección y, con el paso de los años, la marca se va atenuando en nuestra piel pero igualmente allí queda, como cicatriz. Del mismo modo las pérdidas que vamos teniendo en nuestra vida son parte de quiénes somos, son experiencias que nos han marcado, pero no necesariamente nos han traumatizado. Reconocer nuestras pérdidas y permitir que el duelo haga su proceso nos permite tener una vida más plena y enriquecida con lo vivido.

PSSST!: si te gustó este artículo dejame que te recomiende leer este y este otro. Y si tenés ganas de saber más sobre lo que es esperable que te suceda al expatriarte así como también ideas de como manejarlo, te cuento que hay un Curso con toda esa info: lo tenés acá.

¿Querés leer (o compartir) este artículo en inglés? Lo encontrás acá.

 

*Resiliencia, definición R.A.E.: f. Psicol. Capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas.

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